José Luis Lorente Oliete
Artículo extraído del libro La Columna de Andrópolis II por Toni Lastra
Le conocí en mayo del ochenta y dos en la
Maratón de Madrid. A su paso por la carretera de Extremadura, se había
descolgado de la cabeza de carrera y porfiaba con denuedo por volver a ella.
Airado el gesto en su rostro barbado, parecía Aquiles persiguiendo con furia a
unos troyanos en retirada.
Apretaba el calor, pero aquel corredor
seguía implacable su persecución, a pesar, de ser cada vez más vano el intento
de alcanzarlos. Interesado en el desenlace, escolté desde una moto de la
Organización, su cabalgada hasta el Paseo de coches de El Retiro: en los
últimos tres kilómetros perdió más de treinta puestos y llegó a meta exangüe,
pero sin renunciar en su empeño.
-¿Quién es ese tipo tan duro? –Pregunté
al conductor de la moto.
-No lo sé, quizás tu le conozcas, es
valenciano. Por aquí, le llaman “El moto”, por su peculiar forma de bracear.
Algún tiempo después, aquel corredor
regresó a Valencia, después de itinerar en su profesión de informático por
Málaga, Madrid, Barcelona y Milán. Comenzó a destacar en las carreras
populares: ganó varias de ellas, acreditando marcas en maratón que ya hacían
suponer el gran registro de 2 h. 28’ 56’’ que conseguiría en la 4ª Maratón de
Valencia; ya sabía todo el mundo quien era el “El Moto” y como se llamaba: José
Luís Lorente Oliete.
E ingresó en nuestra sociedad en un
momento estelar, nunca tantos y tan buenos corredores de maratón, se vistieron
de aurinegro: Zaragoza, Berasaluce, Bodón, “El Tigre”, Bartola, el inglés
George Tunnell… Era común verlos competir entre ellos convertidos en rivales,
compañeros y amigos e incluso entrenarse en el entonces circuito de la Marjal,
con tiempos de 2 h. 40’.
Aún siendo camaradas, corrían para
vencerse, el segundo puesto no satisfacía a nadie. Preparaban severos programas
para retejer sus marcas y las ajenas –aunque esto, claro, no lo confesaba
ninguno de ellos-.
José Luís Lorente, que había trocado su
barba, por un mostacho a lo “Kaisser” –la verdad es que nunca lo he conocido
lampiño-, corría dos o tres veces al día más sesión de gimnasia. Hacía un
promedio de setecientos kilómetros mensuales. Aun siendo autodidacta en la
preparación y estrategia de sus carreras, siempre confesó su admiración por
Tunnell, hoy ya retirado…”lo tenía todo: talento, fuerza, humildad, capacidad
de sufrimiento, valentía…”
Pero contra el destino nadie da la talla
y en enero del ochenta y cinco, a menos de un mes de la 5ª Maratón de Valencia,
de un accidente de tráfico, que pudo serle fatal, salió con ochenta costillas
rotas, fisura de la cabeza del fémur y las esperanzas perdidas. Durante cuatro
años desapareció del mundo de las carreras y de la compañía de sus gentes.
Fuimos muchos los que creíamos que “El
Moto” había entrado en “boxes” definitivamente; pero en el noventa reapareció
como si tal cosa, y casi por compromiso, corrió en Asturias y marcó 2 h. 41’.
Pero no era esa su meta, si había surgido del pasado, era para ajustar cuentas
con la marathón.
Pero de nuevo otro giro del destino iba a
cambiar la carrera de su vida; cuando con mayor dedicación se preparaba por los
caminos del “Camp de Turia”, (como si fuera Pablo en el camino de Damasco) tuvo
una revelación. De improviso comprendió
que todo aquel esfuerzo, toda aquella disciplina espartana, carecía de sentido,
ni por trofeos, ni por marcas, ni por subirse a un podio; correr por correr si
que la tenía. Ahora comprendía a Tunnell cuando preconizaba su “Run for fun”.
Y ahora, al abandonar la soledad de los
elegidos, se ha reencontrado con una multitud de corredores amigos con los que
compartir su feliz andadura. Javier Egea dice que ahora tiene más mérito lo que
hace y que ya nadie le debería llamar “El moto” sino “Sir Harley Davidson”.